La Comunitat l'Esperança, a les illes Canàries, siga probablement la Casa Okupa amb més habitants d'Europa. En ella viuen més de 250 persones, de les que prop de 150 són xiquets i xiquetes. Es tracta de 4 grans edificis abandonats per l'empresa constructora i que, des de principis del 2013, han anat okupant famílies que ja no tenien on pegar. Vos deixem el següent testimoni.
Un día en "La Esperanza"
Son las 7 de la mañana, me desperezo y
me dispongo a lavarme la cara. Abro el grifo y hay agua. Hoy la cuba
tuvo que llegar puntual y Blas, miembro de la Comisión de Mantenimiento,
pudo abrir el abastecimiento a las 7 según nuestro horario de
racionamiento de agua. El bueno de Blas, y quienes le ayudan en
Mantenimiento, se encargan del agua y de detectar y arreglar
desperfectos para que la Comunidad funcione. No cobran nada por ello.
¿Por qué lo hacen? Por solidaridad y compromiso con “el proyecto”, no
hay más.
Me visto y bajo al patio. Ahí están
Judith y Azu barriéndolo y baldeándolo. Hoy no es lunes (nuestro día de
limpieza general), pero quieren mantener las zonas comunes limpias,
saben que a nosotros por ser “okupas” se nos mira con lupa. Cuando hay
zafarrancho de limpieza se suman algunos hombres, pero desgraciadamente
las mujeres siguen siendo mayoría en esta labor. Sin embargo, no se
respira un aire machista; las mujeres son mayoría en casi todo. Las que
vienen a solicitar vivienda son casi siempre mujeres; son mayoría en la
asamblea y son las más participativas; las comisiones están llevadas
casi todas por mujeres; cuando hay algún conflicto son las primeras en
mediar e intervenir. El concepto de fuerza ha perdido en la Comunidad su
estereotípico cariz masculino.
Un grupo de vecinos debate en los
bancos del patio. Me sumo a la charla. Les preocupa el aumento del gasto
de agua debido a los calores del verano. “A ver si los del ayuntamiento
se deciden de una vez y nos ponen el agua, que no somos animales,
joder”. Hablan de convocar una asamblea cuanto antes. “Hay que seguir
presionando, seguir insistiendo con los medios, y si no manifestaciones o
lo que haga falta”, repiten. Alguno es miembro de la Comisión
Anti-desahucio, que se encarga de hablar con los medios y tratar de
iniciar las negociaciones con la administración. Idahira, la tesorera
(este mes le toca a ella), ataja enérgica: “mientras eso pasa lo que hay
que hacer es ahorrar”. A ella se le entrega la “contribución
comunitaria voluntaria” de 25 euros mensuales. Gracias a esos 25 euros
podemos pagar las cubas de 10.000 litros diarios con los que nos
abastecemos.
Les dejo con su conversación y me
acerco al Asambleatorio (así llamamos al lugar dónde se celebran las
asambleas y los talleres y eventos) porque veo algo que me gusta. Los
niños están ensayando una obrita de teatro que hizo un vecino. Están
entusiasmados, gritando y reproduciendo ruidos de animales. Algunas
madres de la Comisión de Talleres les ayudan a ensayar. Miro a los niños
y pienso que son lo mejor de la Comunidad. A pesar de la situación
económica en la que se encontraban sus padres antes de venir aquí, a su
manera estos niños son afortunados. No sólo por la oferta de ocio que
hay en la Comunidad con los talleres y demás; estos niños están viviendo
una experiencia que les dará una gran ventaja sobre el resto de
miembros de su generación. Están aprendiendo y viviendo desde
chiquititos lo que es el apoyo mutuo, la empatía, la diversidad, la
tolerancia. Pienso en cuando sean grandes y recuerden este periodo de
sus vidas. Estos niños serán hombres y mujeres el día de mañana que
serán sensibles al dolor ajeno y sabrán que la colaboración es la única
forma de resistir y que la justicia no es un ente abstracto.
Me avisan de Mantenimiento: se ha roto
una tubería en el garaje. Bajo corriendo a ayudar. Nos pasamos horas
arreglándola. Unos van a comprar el repuesto mientras otros serruchan el
tramo para ponerle un acople. Aquí, ante mí, tenemos obreros
cualificados (como Moisés, Carmelo, Iche y un largo etcétera) que cuando
pasa algo de esto saben en cada momento qué hacer. Admiro sus
conocimientos y pericia. No pierden nunca la calma en estas
circunstancias. La arreglamos al fin.
Con la avería se nos ha hecho tarde,
algunos no hemos tenido tiempo de prepararnos la comida. Rocío invita a
comer a parte de la cuadrilla de Mantenimiento en su casa y Francisco a
otra parte en la suya. Los que van a casa de Francisco disfrutaran de un
menú de comida típica colombiana, y los que va a casa de Rocío
aprovecharán para llevarse la ropa que amablemente les lavó el otro día.
Esas redes espontáneas de apoyo mutuo se tejen día a día en “La
Esperanza”. Olla común improvisada , unos vecinos le lavan la ropa a los
que no tienen lavadora, otros ayudan a fabricar mobiliario para las
casas con maderas recicladas, y así sucesivamente.
Entre los comensales distingo dos
caras desconocidas con un niño al que tampoco identifico. Le pregunto a
Rocío y me aclara que son “nuevos realojados”. Entraron porque otro
vecino encontró trabajo y decidió entregar la llave a la Comisión de
Realojo y darle a otra familia la misma oportunidad que le dieron a él.
Los nuevos llevan en lista de espera algunos meses, han entregado toda
la documentación necesaria para demostrar su situación de necesidad, ya
han pasado varias entrevistas con los de Realojo y finalmente se les ha
explicado bien “el proyecto” y han aceptado sus condiciones. Hablo con
ellos. Que les llamaran de Realojo ha sido lo mejor que les podría
pasar: 3 meses de impago de alquiler, agotada la paciencia del casero,
les daba una semana para irse o iniciaba los trámites de desahucio. Sus
ingresos de 300 euros les impedían pagar el alquiler y comer. Están
emocionados y aún no han asimilado su nueva situación. Los vecinos
recién llegados suelen venir sin nada. Directamente de la calle, de
centros o de traumáticos desalojos. Como en este caso, es difícil que
los primeros días los vecinos mas cercanos no le pongan un plato sobre
la mesa y les ayuden a instalarse. La solidaridad en “La Esperanza” no
es sólo cuestión de sensibilidad, sino de supervivencia.
Después de comer me doy un salto al
huerto de la Comunidad. Allí están Javi y Julio, trabajando como
siempre. El invierno se ha portado bien con el huerto, pero ahora
empiezan los rigores del verano y les urge terminar de colocar las
mangueras para el riego por goteo. La idea de Javi, el más implicado en
la Comisión del Huerto, es que este se abastezca con cubas
independientes. Teniendo en cuenta los problemas acuíferos de la
Comunidad, es la única opción. Cerca del huerto corretean gallinas y
cabritas. Todos son animales que ya no era “útiles” para la explotación
ganadera y que han sido salvados de ser sacrificados. Para algunos niños
de la Comunidad este es el primer contacto que tienen con este tipo de
animales. Enseñarles las sinergias que se dan entre los seres vivos y a
empatizar con ellos es una experiencia bonita. Javi y Julio se despiden
de mí, van a irse a buscar unas plantas forrajeras especiales para las
cabras. Ya me contaran a la vuelta.
Cae la tarde, ahora mismo tengo que
coger la guagua para irme a trabajar (soy de los pocos en la Comunidad
que tiene un trabajo remunerado, aunque la gente se mata a hacer
chapuzas, sacar chatarra, limpiar escaleras, para poner un plato en la
mesa). Justo cuando estoy saliendo me vuelvo a encontrar con Azu y
Rocío. Alguien ha visto nuestra petición de ayuda en la red y viene a
traernos ropas, muebles y algunas garrafas de aceite. Rocío y Azu, junto
con Ylenia y Lola, forman parte de la recién creada Comisión de
Solidaridad (desde que salimos en los medios de comunicación decidimos
crearla para gestionar la ayuda que pudiéramos recibir), se han puesto
en contacto con ellas y están esperando para recibir tan generosa
aportación. Salgo del portón con una sonrisa que crece aún más cuando me
cruzo con un vecinito de apenas 8 años que me recuerda: “compa, no te
olvides de que esta noche hay cine en el Asambleatorio”. Asiento con la
cabeza y pienso que hoy tengo que intentar salir pronto del trabajo.
Mientras camino hacía la parada me
vuelvo una última vez y miro hacia la entrada: “Comunidad Esperanza, lo
último que se pierde”. Y pienso que aunque parezca increíble esto está
ocurriendo en un pequeño y recóndito punto del Atlántico: la gente se ha
organizado, ha cogido las riendas de su vida en sus manos y, pase lo
que pase, no está dispuesta a renunciar a la esperanza.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada